El poder político, católico o no, ni puede obligar a abrazar la fe religiosa que no gusta, ni puede impedir abrazar y profesar una fe que gusta” SS. Juan Pablo I

Nunca Más …

El 6 de Agosto de 1945, un bombardero B-29, bautizado como “Enola Gay”, lanzó la primera de dos bombas atómicas que se lanzaron sobre Japón, ésta primera sobre la ciudad de Hiroshima.  Tres días mas tarde, el 9 de Agosto, se lanzó la siguiente sobre la ciudad de Nagasaki. El terror, ese que hoy dice el imperio estadounidense querer combatir, fue gigantesco para el país del sol naciente.  A una temperatura aproximada de 4000 grados celsius, ardió todo lo que estaba en un rango de 5 Km del centro de la explosión sencillamente se evaporó, los restantes ciudadanos, fueron presa del fuego, y de las consecuencias no conocidas de la radiación. El Imperio logró doblegar a Japón, iniciando un período en donde la hegemonía de un Estado, ya por la caída o la descomposición de sus rivales, se ha ejercido sin ser compartida a todo lo ancho del planeta.

Nuevamente, hoy aires de “nuclearismo armamentista” se ciernen sobre la humanidad, esta vez a una escala mayor, debido a la proliferación de armas nucleares en el mundo. Ayer en Hiroshima y Nagasaki, solamente una nación poseía tal arsenal, hoy al menos una docena de naciones, tienen en su poder armas atómicas.  Es preciso entender que como seres humanos no podemos permitir que nuestra especie transite el camino a la extinción a través de  nuestras propias  creaciones. La división no debe llevarnos a atentar contra nuestra propia supervivencia.

Tarde o temprano, todo imperio perece, por eso es preciso que evitemos que otra vez vuelva a ser lanzada una bomba atómica. Nunca más debemos permitir que nuestras ansias de poseer nos lleven a la barbarie. Nunca más.

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