El poder político, católico o no, ni puede obligar a abrazar la fe religiosa que no gusta, ni puede impedir abrazar y profesar una fe que gusta” SS. Juan Pablo I

El Cacique Hatuey Prefiere el Infierno

A propósito de la celebración del dia de la raza, mal llamado así en America Latina, encontré un escrito de principios del siglo XVI que nos muestra claramente lo que sucedió en el hecho histórico del Descubrimiento y conquista de América iniciada en 1492, hazaña de la que celebramos ayer un aniversario más.

Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenía Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole noticias ciertos indios de que pasaban a ella los cristianos, ayuntó toda su gente e díjoles:

“Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cómo han parado a los señores fulano y fulano y fulano e aquellas gentes de Haití (que es La Española); lo mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?” Dijeron: “No; sino porque son de natura crueles e malos”. Dice él: “No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por habello de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuz–gar e nos matan”. Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas e dijo: “Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece bailes y danzas, e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal”. Dijeron todos a voces: “¡Bien es, bien es!”. Bailáronle delante hasta que todos se cansaron.

Y después dice el señor Hatuey: “Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río”. Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande que allí estaba.

Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e oprimir hasta la muerte a sí e a toda su gente y generación, lo hobieron de quemar vivo.

Atado al palo, decíale un religioso de Sant Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía que iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. El, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí; pero que iban los que eran buenos. Dijo enseguida el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.

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