El poder político, católico o no, ni puede obligar a abrazar la fe religiosa que no gusta, ni puede impedir abrazar y profesar una fe que gusta” SS. Juan Pablo I

La Gente Buena

Un pequeño extracto y adaptación de un artículo de Leonardo Boff.

Cada vez que empezamos a ver los escenarios globales de la macroeconomía, de la situación política del mundo y de nuestra querida República Dominicana y del estado ecológico de la Tierra, podríamos caer en la tentación de deprimirnos y hasta de desesperarnos. No es fácil para un ciudadano común y corriente, que aún se orienta por la verdad y por la justicia, tener que tirarse día tras día la cara del presidente Bush, mediocre, corrupto y mentiroso o ver durante un montón de años, en las televisiones y en los periódicos, la cara de algunos políticos nacionales reconocidamente corruptos, los escándalos de la farándula, etc. Cuántos viendo eso no piensan: el mundo no tiene arreglo, “Que el más vivo, viva del más pendejo”. Y entonces en ante este estado de cosas, viven amargados.

Solamente hay una cura segura para este mal, y es volverse hacia el escenario de la vida cotidiana en la que viven los ciudadanos comunes. A éstos nada les dice el la macroeconomía, ni la bolsa de valores, ni la cotización del dólar, porque no se meten en esas cosas. Viven de salarios pagados en peso al precio de duro trabajo. En este universo de las grandes mayorías es que encontramos algo precioso, es lo que en lenguaje corriente se conoce como gente buena. Esa gente buena es la que nos devuelve la confianza de vivir.

¿Quién es la gente buena? No es fácil definirla pero la encontramos en todo momento a nuestro alrededor. Es la gente honesta, recta, trabajadora, que lleva bien su familia, que está siempre dispuesta a ayudar a los otros, honrada en su diario vivir. Esta gente es fácil de reconocer: es acogedora, con una mirada alegre y parece como si tuviese la bondad escrita en su cara. Es gente en la que podemos confiar. Se encuentra no sólo entre los pobres sino también en los estratos más sofisticados que a pesar de todo mantuvieron su humanidad esencial inmune a los simulacros de la sociedad de la representación. Por eso, la gente buena es más un estado del alma que una clase social, es una cualidad del corazón, que va más allá del plano económico, social e intelectual.

Es aquel que en el trabajo cubre al que faltó, porque las cosas tienen que ser así y deben funcionar, independientemente del sacrificio que implica. O la trabajadora que se queda hasta tarde, sin poner mala cara, porque la fiesta familiar se prolongó. Es el negociante, comprometido con la comunidad, que no le importa dejar de ganar algún dinero para estar presente en una actividad importante.

Lo más esencial es que la gente buena no necesita ser religiosa, pero cuando lo es no hace alarde y rezan discretamente sus oraciones y se confía por la mañana y por la noche al buen Dios.

Yo diría que el valor de un pueblo se mide por la cantidad de gente buena que es capaz de producir. Nuestro país funciona gracias a esta gente buena, a pesar de los corruptos y de los políticos que, por lo general, mienten sobre la situación real del país. Norberto Bobbio nos dejó esta sabia lección: “el valor de una sociedad no se mide por su buen ordenamiento jurídico sino por las virtudes que los ciudadanos viven”. La gente buena vive de virtudes, por eso no nos deja desesperarnos y nos da buenas razones para seguir confiando en la justicia de Dios. Ella es, gracias a Dios, la inmensa mayoría del país.

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